jueves, 8 de agosto de 2013

La soledad

Hoy es mi cumple. Escribe Andrés, obvio ya que supongo que el 99'9% de los lectores nos conocéis. 38 años. Vacaciones en Francia. Vamos a nuestro ritmo, sin prisas, improvisamos, acogemos, cambiamos tan rápido cómo la meteorología. Hoy teníamos previsto visitar de nuevo Lyon. Igual que ayer. En ambos casos abortamos. La intensa lluvia de estos dos días ha condicionado nuestros planes. No nos importa en absoluto. Para esta mañana de mi cumple elegí la soledad. Igual que hice con el aburrimiento, la reivindico como un bien injustamente maltratado por muchos. A mí me gusta buscarla, forzarla. Quiero que me acompañe. Eso sí, siempre escogida, la involuntaria se me antoja triste. No hay música sin silencio, ni luz sin oscuridad. Acostumbrado a la actividad incesante de las niñas, al sonido ubicuo de vocecillas agudas que nos buscan, la soledad es un remanso de paz en el camino que permite hablar con uno mismo. O simplemente decidir perder el tiempo. Simplemente estar. Ser. Hay que llevarse bien y buscar momentos para reconciliar la voz interior con la que los demás oyen. Si yo fuera un acompañante perenne ahora mismo no podría echar de menos al resto de mi familia. Y lo hago. Siempre me he sentido especial el día de mi cumple (valorar el día que uno vino al mundo no debe ser algo que pase inadvertido) y, a pesar de que la fecha es fatal para celebrarlo a lo grande con muchos amigos y familiares, me encanta compartirlo con quienes tenga cerca. En mi casa siempre se celebraron los cumples dándole el lugar sagrado que se merecían en el calendario. Yo lo agradezco mucho y por supuesto pienso perpetuar dicha tradición. No es para menos. Cada mililitro de semen contiene unos 100 millones de espermatozoides. La probabilidad de que el nuestro fuera el que fecundara el óvulo de mamá era de 1 entre 300.000.000. La probabilidad de que te toque la lotería nacional, en el sorteo de los jueves, es de 1 entre 600.000. Y estamos aquí. Qué menos que celebrarlo una vez al año. La soledad supone momentos creativos con uno mismo; supone descansar cualquier tipo de máscara social (todos tenemos alguna); supone querer más al otro desde el momento que uno sabe aceptarse más y mejor a sí mismo. La soledad es un ejercicio de madurez y serenidad que yo quiero aprovechar para seguir redescubriéndome y así poder acceder a los demás; al otro. Esta tarde habrá tarta, cánticos y piñata. Chuches, velas y regalos. Pero para la mañana escogí la soledad y creo que me está sentando bien. Ambos (Ingrid y yo) tenemos claro que en nuestras circunstancias (trabajamos en el mismo colegio y compartimos tiempos de ocio, amigos, cuenta bancaria, familia, viajes...) la búsqueda de espacios y tiempos individuales serán pasaporte para vernos viejitos juntos. Hoy la protagonista es justo la que nunca puede acompañarnos, la soledad. Fijaos: al menos me ha permitido conectar este ratito con vosotros y eso ya es mucho. Familia y amigos, mis mejores regalos, sin duda. 

1 comentario :